¿Puede la IA sentir?

Es común en la ciencia ficción plantear si los robots pueden llegar a sentir. No hay que ir tan lejos; en todo tipo de ficciones se suelen poner emociones y comportamientos humanos a los animales y a las cosas. Tenemos tendencia a convertir todo cuanto nos rodea en espejo de los propios sentimientos.

Las máquinas pueden hacernos sentir; no hacía falta que llegara la IA para demostrarlo. Hay quien se enfada con la máquina del café si no le devuelve el cambio. El ordenador con el que escribo me dio una alegría cuando lo saqué de la caja, y me frustra cuando se queda colgado sin haber guardado el archivo.

También nos hace sentir la naturaleza con su mera presencia, o lo que vemos en un escaparate. No digamos si eso que vemos tiene rasgos o comportamientos humanos; basta con que una almohada tenga serigrafiada una boca y unos ojos para que nos haga tilín. Es suficiente con que se sugiera, o nuestra imaginación sea capaz de verlo. Seguro que alguna vez habéis mirado las nubes y había una cara en ellas.

No digamos si ese objeto además usa nuestro lenguaje, como hace la IA. Hay poca diferencia entre mantener una conversación con alguien anónimo por internet y hacerlo con una IA que imita nuestro lenguaje. En ambos casos, es la imaginación quien pone la voz, el físico o la personalidad. Aunque, quizás ese avatar inteligente sí llega a tener voz, presencia visual y una personalidad generada a través del algoritmo que interactúa con nosotros. En todo caso, seguimos hablando de lenguaje, añadiendo lo audiovisual y lo interactivo a la ecuación.

Si nos centramos en los sentimientos, debe añadirse que la construcción y expresión de los mismos es además lingüística en gran medida. A excepción de algunas emociones, sobre todo las básicas, que se delatan por signos fisiológicos externos, el resto necesitan del lenguaje para expresarse y ser reconocidas. Incluso las básicas, a veces, necesitan del complemento lingüístico. Estamos riendo y alguien puede preguntarnos, «¿Por qué estás tan contento?»; solo a través de palabras podremos hacerle comprender los motivos de la alegría. Si hablamos de resignación, culpa, satisfacción, felicidad…, sería muy difícil expresarlas y reconocerlas sin el auxilio del lenguaje. En este sentido, ¿qué ocurre en una terapia psicológica?, que una persona intenta poner palabras a sus sentimientos y otra acompaña y guía a través del mismo lenguaje.

Reconocer el poder del lenguaje no debe hacer olvidar que la representación lingüística de la emoción no es la emoción en sí. Igual que la pipa del cuadro de Magritte no es una pipa. Dicho de otro modo, el mapa no es el territorio. Cabe matizar que el lenguaje, por su poder, a veces pasa de ser mapa a ser territorio; ocurre cuando las palabras que nos decimos, o expresamos a otros, alteran el mundo tangible. Esto pasa solo bajo condiciones específicas que ya trataremos, más habitual es quedar atrapado en bucles meramente lingüísticos.

Llegamos, de este modo, a la gran pregunta: ¿qué valor tiene una conversación sobre emociones con la IA, o cualquier otro mecanismo que no puede experimentarlas, que solo las deduce o reproduce lingüísticamente? O para ser más exactos, ¿qué valor queremos darle?

La emoción es un diálogo; si no interviene otro ser humano que siente como nosotros, se vuelve un diálogo interno, un monólogo a través de espejos más o menos sofisticados. No es algo nuevo; a buen seguro que el espejo que representa un libro o una película os ha servido, como me ha servido a mí, para dialogar con vuestros sentimientos y obtener respuestas valiosas. Pero, ¿puede ser el monólogo la base de una dieta emocional? ¿Qué pasa si quedamos atrapados en el espejo?

A mi juicio, estamos inmersos en dinámicas perversas que alimentan el aislamiento a través de idealizar la percepción de autosuficiencia y las virtudes del individualismo. ¿Para qué necesito a los otros si hasta parece que tengo soberanía absoluta para tratar con mis emociones? La cara B sería; ¿a dónde me lleva ese tipo de soberanía? Decíamos que el mapa, el lenguaje, no es el territorio, la realidad. Aunque, el lenguaje, por su capacidad, podría saltar tal límite y, en tal caso, ¿a qué territorio nos llevaría un constante monólogo emocional por más sofisticado que sea? Por contra, ¿a qué territorio nos conduciría un diálogo con otros que sienten tal como nosotros?

Algo hay que reconocer; el monólogo es más cómodo. Sentir junto a otros nos expone a fricciones adversas, también a favorables; todo hay que decirlo. El monólogo nos evita a las unas y a las otras. Por otro lado, ¿quedar atrapado en el espejo no terminará por provocar muchas más fricciones adversas que favorables? Alicia, la protagonista de la novela de Lewis Carroll, lleva a cabo un revelador viaje interior dentro del agujero al que cae. Aunque, su propósito, es que lo revelado en el agujero siga ocurriendo fuera, no a través de personajes creados por la imaginación, sino a través de otros seres humanos.

 

Texto: Fernando Santiago
Cuadro: Serie La Trahison des images (René Magritte)