Jugar al cíclope

En la novela Rayuela, sus protagonistas, Horacio y La Maga, juegan al cíclope. Este juego solo tiene una regla, ponerse uno frente al otro e ir acercándose muy poco a poco, sin dejar de mirarse hasta que, al estar tan próximos, los ojos de cada uno se fundan en uno solo y se termine por ver un cíclope.

¿Jugaríais al cíclope con otra persona? En mi caso creo que según el momento y la relación que tenga. De niño es un juego divertido, pero al hacerse adulto, cuando se está tan extremadamente cerca de otro, puede ocurrir cualquier cosa. Lo cual es excitante y arriesgado a partes iguales.

Marina Abramovic hizo una performance similar en 2010. Ella permanecía sentada en una silla y, enfrente, a unos dos metros, se sentaba otra persona. Ni la artista ni esa persona podían dejar de mirarse a los ojos. En algunos casos, la reacción era apartar rápidamente la mirada y abandonar la silla. En otros, el contacto se mantenía durante varios minutos. Tanto las 700 personas que pasaron por la silla como la artista manifestaron una gran variedad de emociones durante la obra. 

Esta performance cambiaría con solo acortar la distancia a un metro, no digamos a cincuenta centímetros, o si fuera como El Cíclope donde esta no deja de menguar hasta chocar uno con otro. En mi caso, he hecho lo que propone Abramovic con gente conocida y desconocida; os animo a experimentarlo. Es menos comprometido que El Cíclope, aunque las sensaciones han sido variadas, sorprendentes y no siempre cómodas. No estamos habituados, puede que ni preparados, para mantener un contacto visual tan intenso y prolongado con otra persona. Es algo antintuitivo, aunque profundamente humano, de ahí probablemente su capacidad de desencadenar tantas emociones.

Así contaba Julio Cortázar lo que ocurría cuando Horacio y La Maga jugaban a El Cíclope: «Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.»

Texto e ilustración: Fernando Santiago